Diana Rigg, actriz famosa desde los años sesenta por su papel protagonista en la serie Los vengadores (1961-1969) y por ser la esposa de James Bond en 007 al servicio de su majestad, ha muerto a los 82 años, según ha informado su agente. Había vuelto a destacar recientemente por su participación en Juego de tronos, donde interpretaba a Olenna Tyrrel. “Ha fallecido en paz esta mañana. Estaba en su casa con su familia, que ha pedido privacidad en este momento difícil”, se lee en el comunicado.
Actriz de teatro forjada en la Royal Shakespeare Company, Rigg no tenía ni televisor en su casa cuando la llamaron para interpretar a una espía llamada Emma Peel en Los Vengadores. Sus colegas del teatro le alertaron que ese personaje, de chica de acción vestida con ropa ceñida, sería como prostituirse, el fin de su carrera. Ella no les hizo caso, aunque admitió que no entendía cuál era el atractivo de los guiones. La serie, que mezclaba, en tono camp, acción con comedia, y jugaba con la tensión sexual entre Peel y su supervisor, el patriarcal superespía John Steed, fue un éxito y Rigg se convirtió en una heroína pop y, de forma inesperada, un icono feminista. “Ninguno en ese rodaje imaginamos que Emma se convertiría en ese referente para tantas mujeres”, se maravillaba el año pasado, en una entrevista con EL PAÍS. Conforme pasaban los capítulos, Peel fue ascendida de ayudante a compañera de Steed.
Tras abandonar la serie y con la esperanza de ser conocida en Estados Unidos, aceptó el papel de la condesa Teresa di Vicenzo, esposa del también espía James Bond (y más conocida por tanto como Tracy Bond), a quien por entonces daba vida George Lazenby. Su personaje en 007 al servicio secreto de su majestad (1969) moría prácticamente al dar el “sí quiero”, pero dejó el recuerdo entre los devotos de la saga de ser una de las mejores chicas Bond, alguien digno de llevárselo al altar. La estrategia de saltar el charco funcionó. Rigg logró una sitcom hecha a su imagen y semejanza, Diana (1973-1974), que duró poco, recibió malas críticas y que ella siempre recordó con bochorno. “Pero me sirvió para pagar la hipoteca”, recordaría.
Nunca se desvinculó del teatro. Ganó un Tony por su interpretación de Medea en 1994, y estuvo nominada en otras cuatro ocasiones, la última de las cuales fue en 2019, por hacer de la madre del profesor Higgins en el revival de My Fair Lady en Broadway. El éxito teatral le llegó sobre todo a partir de los noventa, y con algunos éxitos ya a sus espaldas, sobre todo los escritos por Tom Stoppard. Se la vio en Quién teme a Virginia Woolf, De repente el último verano, Todo sobre mi madre (la adaptación del guion de Pedro Almodóvar) y Pigmalión. Casi siempre mantuvo un pie fuera de la industria audiovisual. En 1983 publicó un libro, No Turn Unstoned, donde sus compañeros de profesión confesaban las peores reseñas que habían recibido en sus carreras. “[Katharine] Hepburn contestó enseguida, otros nunca lo hicieron o dijeron que no tenían: ¡mentira!”, diría después.
Incluso en televisión, buena parte de su trabajo en esta época eran adaptaciones teatrales. Mención aparte merece su papel como Miss Danvers en Rebeca, un remake televisivo de la novela de Daphne du Maurier, por el que ganó el Emmy en 1997. El protagonista de aquella serie, Charles Dance, se convertiría en su compañero de reparto de nuevo en Juego de tronos, serie a la que llegó cuando ya era un éxito. Su personaje, la astuta octogenaria Olenna Tyrrel, se convirtió en uno de los favoritos de los fans. No tuvo reparos en admitir que, como con Los Vengadores, no entendía los guiones del superéxito de HBO. Cuando los fans de la serie le preguntaban qué opinaba de tal trama o qué esperar de tal personaje, ella les solía responder: “Nunca la he visto”.