El segundo domingo de Pascua, la Iglesia Católica celebra la fiesta de la Divina Misericordia. El objetivo principal de esta celebración es recordarnos el mensaje central de la Sagrada Escritura: Dios es misericordioso y compasivo, y por lo tanto, su misericordia es más grande que nuestros pecados y nos perdona siempre. La razón de todo esto es porque Dios nos ama profundamente y desea que todos alcancemos la salvación.
El amor de Dios es la misma esencia divina. San Juan, en su primera epístola así define a Dios: Dios es amor (1 Jn 4, 8). El amor de Dios busca que el pecador se convierta y viva. Se trata de un amor misericordioso, un amor que se conmueve ante nuestras miserias y perdona con una gran generosidad nuestros pecados. Es un amor gratuito que no se obtiene por nuestros méritos sino que proviene únicamente de la benevolencia divina.
La fiesta de la Divina misericordia, nos recuerda además que también nosotros debemos practicar la misericordia y el perdón. Como el Padre es misericordioso, nosotros también debemos proyectar la misericordia con los demás. Aquí encuentra aplicación el mandamiento que Jesús dio a sus discípulos: “ámense los unos a los otros como yo los he amado” (Jn 13, 34).
Fue el 23 de mayo del año 2000 cuando la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos publicó el decreto en el que se estableció, por indicación del Papa San Juan Pablo II, que el segundo domingo de pascua sería la Fiesta de la Misericordia. La denominación oficial de este día litúrgico sería “segundo domingo de Pascua o de la Divina Misericordia”.
La doctrina sobre la misericordia de Dios se encuentra ampliamente fundamentada en la Sagrada Escritura y en la Tradición de la Iglesia. Como devoción especial se difundió por el mundo entero a partir del diario de una monja Polaca en 1930, Santa María Faustina Kowalska. En ese libro se relatan las revelaciones privadas que ella recibió sobre la misericordia divina.
La familia y la sociedad son dos ambientes propicios para practicar la misericordia que nos asemeja a Dios. En la familia y la sociedad encontramos grandes oportunidades para poner en práctica las OBRAS DE MISERICORDIA CORPORALES: dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, vestir al desnudo, acoger al forastero, asistir a los enfermos, visitar a los presos y enterrar a los difuntos, así como las OBRAS DE MISERICORDIA ESPIRITUALES: dar consejo al que lo necesita, enseñar al que no sabe, corregir al que yerra, consolar al triste, perdonar las ofensas, soportar con paciencia los defectos de los demás y orar por los vivos y difuntos.
La familia es una escuela de valores. Todas las virtudes misericordiosas de un modo o de otro se observan y se transmiten en la familia. No existe familia perfecta, en todas aparecen las dificultades y las adversidades y es ahí donde se necesita la misericordia. La misericordia es la que sostiene a las familias porque en ellas se da de comer, de beber, se nos reviste no sólo de ropa, sino también de muchos valores que nos ayudan a integrarnos en la comunidad humana.
La familia es quien nos acoge al momento de nacer, nos protege y nos recibe de muchas maneras; la familia se convierte en un hospital cuando estamos enfermos; ella nos ayuda a sanar nuestras heridas y a superarlas. Es en familia donde aprendemos la solidaridad para visitar los presos y los enfermos, así como enterrar a los difuntos.
También en la familia se practica las obras de misericordia de tipo espiritual, como la enseñanza y la corrección; en familia aprendemos el arte de comunicarnos con los demás; ahí se nos ayuda a crecer; se nos ofrece consuelo cuando experimentamos la tristeza; en familia aprendemos a perdonar, a practicar la paciencia y a orar.
La misericordia nos salva del aislamiento y de la indiferencia, nos ayuda a ejercitarnos en la caridad y en la solidaridad. Que esta fiesta de la misericordia divina, nos ayude a proyectar con los demás el rostro misericordioso de Dios.