La Iglesia Católica es una comunidad cristiana donde creemos y profesamos que Dios es nuestro Padre y que es el Creador del cielo y de la tierra (Catecismo de La Iglesia Católica, 198). Él es el que da la vida y el que nos llama a su presencia.
Cada ser humano es amado profundamente por él, aún antes de haber nacido, como dice el profeta Jeremías: “antes de haberte formado en el vientre materno te conocía; antes de que nacieras te tenía consagrado” (Jer 1,5). Esto significa que ningún ser humano viene a este mundo por pura casualidad, sino que Dios es quien lo llama a la existencia. De ahí nuestra concepción sobre la sacralidad de la vida.
Esto que profesamos por la fe no es solamente una creencia, la ciencia genética ha demostrado que la vida humana comienza con la fecundación. Una vez que se concibe una persona, lo que sigue es un proceso de desarrollo. De ahí que el concebido tenga su propia carga genética y se vaya desarrollando, en el vientre de su madre, hasta el momento de su nacimiento. Y es necesario decirlo, una vez nacido, el ser humano sigue desarrollándose y evolucionando, es decir, lleva a cabo un proceso continuo durante toda su vida. Aniquilar este proceso en forma voluntaria, es destruir a un ser humano por pequeño que parezca.
La Biblia contiene el precepto milenario de “No matarás”, para recordarnos que la vida es un don que debemos amar, respetar y cuidar. Dios es el dueño absoluto de la vida del ser humano. La vida humana tiene entonces un carácter sagrado e inviolable porque procede de Dios. El respeto por la vida de los demás es un límite que nunca debe ser trasgredido.
También creemos y profesamos que el ser humano inicia sus días en esta vida terrena pero está llamado por Dios para vivir por toda la eternidad. De ahí que hablemos de la vida humana en el arco de la existencia temporal y de la vida eterna que no tiene fin. Por eso, así como tenemos conciencia de nuestras responsabilidades y de las tareas que debemos desarrollar en este mundo, también esperamos, que después de esta vida, llegaremos a la casa del Padre donde hay muchas habitaciones y donde Jesucristo se nos ha adelantado para prepararnos un lugar (Cfr. Jn 14, 2ss).
La Iglesia católica siempre ha privilegiado la vida del ser humano y hoy ratificamos que se ha de proteger con el máximo cuidado desde el momento de la concepción hasta su muerte natural. En nuestro Estado de Veracruz nos sentimos, no solo orgullosos, sino protegidos porque nuestra Constitución garantiza el derecho a la vida desde que empieza con la fecundación hasta que llega su desenlace con la muerte natural. Desde luego, amamos y respetamos la vida humana, no solo la que se está gestando sino también la que se desarrolla en todo el arco de la existencia humana.
La vida de cada individuo, por condicionada o limitada que parezca, tiene dignidad y merece nuestro máximo respeto. Todo esto forma parte de la cultura de la vida que siempre promoveremos.
El derecho a la vida es un derecho fundamental que se encuentra en la base de todos los demás derechos humanos. Si no protegemos la vida desde sus inicios hasta su desenlace natural, ¿cómo podríamos hablar de otros derechos humanos? La vida humana inicia desde el momento de la concepción, el proceso siguiente es simplemente su desarrollo, por eso siempre decimos ¡SI A LA VIDA. No a la cultura de la muerte!