Michelle intenta sonreír, aunque tenga pocos motivos para hacerlo. Ahora vive lejos de su casa que aún paga, no puede ir a su grupo de danza, cambió la escuela en la que daba clases, su familia y amigos no saben dónde está y sólo pueden hablar por teléfono. Ahora vive con miedo constante de quien fue su pareja.
La violencia que vivió una y otra vez, la llevó a exiliarse a algún lugar de Veracruz para intentar estar segura pues ni las denuncias que ha presentado por acoso, hostigamiento, violencia psicológica, y física han logrado mantenerla a salvo.
Michelle ni siquiera es Michelle. Su verdadero nombre no se puede dar a conocer, pues hasta eso la pondría en riesgo. Y Esta es la historia que ella narra.
“Quise confiar y he confiado en las autoridades a pesar de que siento que me han quedado a deber, respiré cuando supe que estaba en la cárcel, respiré y por un momento pensé que iba a volver a tener un poco de esa vida normal; cuando él salió pues la verdad fue frustrante y otra vez el miedo, otra vez no poder confiarse de nada en la calle”, cuenta desde un restaurante, donde constantemente voltea a su alrededor y se limpia los ojos de lágrimas a punto de brotar.
De los celos al acoso
Para Michelle lo que vive ahora inició en 2015, cuando un amigo en común le presentó a Juan Carlos Córdoba Ortiz. Comenzaron a salir y se hicieron novios.
A la distancia ella se percata de esa escalada de violencia que se coloca en el violentómetro pero que cuando se encontraba en la relación no vio: celos por cualquier hombre que le hablara, discusiones constantes, aislamiento de sus amigos y familia.
“Si había una reunionsita familiar y yo le decía vamos para que vayamos conociendo, ‘estoy muy cansado y no quiero ir y ya tú sabes si tú te vas’ (…) si me iba, iba a haber discusión”, cuenta la joven treintañera que se alejó de su familia y amigos sin siquiera darse cuenta.
A los ocho meses llegó el final y parecía que todo había terminado, aunque después se enteró que él aún preguntaba por ella a sus amistades y sabía lo que hacía.
La vida para Michelle iba miel sobre hojuelas: adquirió una casa a crédito, le cambiaron de escuela a una más cercana. A su felicidad se añadió una nueva relación. Pero con ello inició el terror.
Juan Carlos volvió a buscarla. Llamadas, visitas, flores, amenazas, pláticas con los papás de ella y los de su novio, súplicas, más súplicas.
“Se dio cuenta donde trabajaba, al principio llegaba con ramo de rosas, esperando en la puerta de la escuela, aunque me tardara en salir, en una ocasión desató una psicosis en la escuela”, narra y añade que su relación terminó y el acoso aumentó.
La joven originaria de una comunidad rural al norte del estado buscó presentar una denuncia, pero su mamá intercedió para que desistiera; y únicamente pidió una conciliación que no llegó a ningún lado.
Ella podría haber denunciado pues la Ley General de Acceso a las Mujeres a una Vida Libre de Violencia y el Código Penal del Estado la protegen contra la violencia de género, pero la falta de redes de apoyo la hicieron tomar una decisión distinta y volver con su agresor.
“Entre el temor y el sentimiento de culpa de todo esto que está pasando (…) creí que de alguna manera era quitármelo de encima, porque en parte también intenté hacer una denuncia al acoso que hacía él, pero mis papás son conservadores, un buen, que no querían escándalos y pues la verdad me echaron la culpa y pues también lo que yo ya sentía”, dice con un nudo en la garganta.
De la luna de miel a la agresión
Feliz no se puede decir que volvió a ser Michelle, pero volver a tener una relación con su agresor era el inicio de una larga lista de violencia que la terminó exiliando.
Poco demoraron en aparecer de nuevo los celos y los intentos de aislamiento: dejó de rentarle un cuarto de su nueva casa a su amiga e ir al gimnasio a petición de Juan Carlos.
La escalada de violencia llegó a la agresión física. Un momento antes de los golpes, en una escena de celos, ella vio que no podría más y lo corrió de la casa.
“Le saqué sus cosas, se molestó más, me salí a esperar que él se saliera de la casa, tomó sus cosas, las metió a su coche, empezó a gritonear de cosas ahí, me cacheteó y la verdad que no me defendí, sé que pude haberlo hecho y no”, dice mientras los ojos se le llenan de lágrimas que ya no puede contener.
Solo pasaron unos días y su ex novio le habló para informarle que recibió un video por parte de Juan Carlos; un video que Juan Carlos y ella, como pareja, se habían grabado en la intimidad de cuatro paredes.
Los dos hechos llevaron a que Michelle colocara la denuncia ahora sí con el apoyo de su mamá. Sin embargo, la violencia no acabó.
“Curiosamente mientras fuimos novios no me pegó, pero sí estaba ese sometimiento psicológico, la física empezó cuando la relación se termina”, cuenta.
El acecharla diariamente en su casa y trabajo ya se había convertido en una constante, según Michelle, pero un día la abordó en la calle y tuvieron que intervenir los vecinos para que la soltara. Ella amplió la denuncia.
“Desde la calle me gritaba ‘que mi amor no aguantas el calor’ pues es caluroso, me aguantaba, si se me echaban a perder las cosas del refri no importaba porque no me iba a arriesgar a salir”, narra al contar que inclusive le cortaba la energía eléctrica afuera de su casa.
Un día que llamó a la Fuerza Civil para pedir ayuda, Michelle salió a ver el nombre de las calles al pensar que él ya no estaba ahí, pero no era así y la violencia física fue aún más fuertes.
“Me rebota contra unos coches que estaban estacionados en la calle y me empezó a golpear, a patadas, puñetazos, me cortó en la frente, en la cabeza porque me golpeó con las llaves de su coche”, dice Michelle.
Aunque ella recibió ayuda de un guardia de seguridad privada, él intentó atropellarla con su coche al escapar.
Otra ampliación de la denuncia y por fin de una orden de restricción para no acercarse a ella ni a su familia, que su ex pareja nunca cumplió, aunque al no hacerlo debió ser detenido según la Ley de Acceso a las Mujeres de una Vida Libre de Violencia para el Estado de Veracruz.
Al irse se llevó el celular de ella y a los pocos días envió a todos sus contactos el video que alguna vez grabaron como una pareja. Amistades, compañeros y compañeras del sindicato, estudiantes, familiares de alumnos y alumnas, todos tuvieron acceso a él.
“No quedaba ninguna otra cosa más que destrozar mi imagen”, cuenta Michelle.
Del video ella se enteró porque algunas personas le escribieron, pero también supo que la violencia ahora provenía de la comunidad quienes no solamente lo propagaron más, sino que además hasta buscaban pagar por tenerlo.
Aunque el Código Penal del Estado de Veracruz contempla la pornografía como el delito de distribuir material sexual, hasta el momento ninguna persona ha sido procesada por ello. Ni siquiera Juan Carlos.
El exilio
Ella no vive en libertad. Sólo puede ir de la escuela al cuarto que renta y de regreso y aun así los mensajes amenazadores continúan llegando a pesar de que tiene otro número.
"Era evidente que no me iba a dejar en paz y tuve que tomar una decisión, tuve que dejar todo, aparte porque no había ninguna garantía por parte de las autoridades de que yo fuera a estar bien”, cuenta sobre el momento en que decidió dejar todo atrás para intentar volver a iniciar, aunque sea con miedo.
Ese mismo diciembre pidió el cambio a su sindicato y lo logró dos meses después y se fue de la región donde vivía. Mientras, no pudo regresar a dar clases y estuvo escondida entre casas de amistades.
A Juan Carlos lo detuvieron tres meses después por las denuncias que ella presentó, pero solo estuvo unos cuantos días preso pues una jueza cambió las medidas cautelares para que siguiera el proceso en libertad.
Una de las condiciones es que no debiera acercarse a ella, pero lo incumple, pues aún lejos consiguió su teléfono y la acecha a cada momento. Aun así, no ha vuelto a la prisión.
Inclusive, un abogado que asesoró un sólo día a Michelle fue golpeado dentro de la Fiscalía Regional de Poza Rica por Juan Carlos y pese a ello, escapó.
La situación que ella vive no es fácil. Busca salir adelante en un lugar lejano a su hogar, pero no ha accedido a la justicia, como pasa con muchas mujeres que sobreviven a la violencia de género.
Por ejemplo, de los 70 feminicidios que reporta la Fiscalía General del Estado en el 2017, sólo uno había sido llevado ante juez en febrero de este año. Es decir, solamente el 1.2 por ciento de los casos.
“No se me hace justo que él siendo el agresor está con su familia, se pueda ir tranquilamente a trabajar, está trabajando en lo que a él le parece, a él le gusta”, afirma Michelle.
Sin embargo, ella lo sigue intentando. Tiene el apoyo de algunas personas de su familia y del sindicato al que pertenece y está segura que algún día podrá volver a iniciar.
Su fortaleza la llevó a dejar todo atrás para sentirse un poco segura, pero sueña con el día que las leyes que la protejan se cumplan y regresar a su hogar.