Con el Domingo de Ramos, iniciamos en el calendario litúrgico de la Iglesia Católica, la celebración de la SEMANA SANTA. Se trata de la semana más importante del año, a la que denominamos “santa” o “mayor” porque en ella celebramos los grandes misterios de nuestra salvación, a saber: LA PASIÓN, LA MUERTE Y LA RESURRECCIÓN DE JESÚS. Es la fiesta de la Pascua de Jesús que pasa por el sacrificio de la Cruz y se culmina con la resurrección. Los fieles católicos nos hemos preparado durante cuarenta días para vivir intensamente esta Semana Santa.
La agenda litúrgica contiene varias celebraciones importantes para estos días: el Domingo de Ramos, la Misa Crismal y la celebración del Triduo Pascual. Además de los actos de piedad como son la procesión con los Santos Oleos, la visita de las siete casas, el Viacrucis y la Procesión del silencio que son también muy participados.
La Semana Santa se abre con la celebración del Domingo de Ramos o domingo de la Pasión. Esta celebración contiene dos grandes momentos. La conmemoración de la entrada triunfal de Jesús a Jerusalén y la lectura de la pasión de Jesús.
Para participar en el primer momento del Domingo de Ramos, los fieles se congregan a la entrada del templo o en algún lugar cercano, llevan palmas o ramos en sus manos para acompañar a Jesús en su entrada triunfal a la ciudad santa; es un momento de júbilo y alegría, donde luego de escuchar la narración del evangelio, los feligreses hacen una pequeña procesión y van cantando hacia donde se oficiará la Eucaristía.
El segundo momento está centrado en la narración de la pasión de Jesús. Es un momento para escuchar con mucha devoción lo que sucedió en los últimos días de la vida de Jesús aquí en la tierra. La lectura de la Pasión del Señor nos permite entrar en el ambiente y la espiritualidad de la Semana Santa. Esto nos introduce en el silencio contemplativo y la reflexión personal y comunitaria.
La pasión de Jesús encuentra ecos en la actualidad, en la vida y en las situaciones que estamos viviendo cotidianamente. La lectura de la Pasión de Jesús describe situaciones terribles a las que se sometió nuestro señor Jesucristo para salvarnos. Con razón la Sagrada Escritura dice “se hizo semejante a nosotros en todo, menos en el pecado” (Heb 4, 15).
Mientras escuchamos la narración van apareciendo diferentes acontecimientos que retratan también la vida diaria. Así por ejemplo se nos narra la condena de un hombre justo, aparece el tema de la traición, la envidia, la ambición del dinero, las promesas incumplidas, la fragilidad de las relaciones humanas, la experiencia de la soledad y el abandono de los amigos, la falta de perseverancia en la bondad, el falso testimonio contra un inocente, el desprecio de la vida humana, la negación de la bondad, la confusión del mal por el bien, el acomodo en la administración de la justicia, el escarnio y la burla, el abuso de poder, el sufrimiento humano, entre otras cosas. Todo ello es expresión del pecado, cuando se adueña del corazón de las personas.
Son muchas las personas que hoy también viven en carne propia la tragedia del calvario y sufren los excesos de la maldad humana que no conoce límite. Mientras tratan de llevar con serenidad su vida diaria, las sombras de la maldad los acechan.
Al meditar los momentos de la pasión de Jesús llegarán naturalmente a nuestra memoria muchas historias tristes de personas amenazadas, desaparecidas, extorsionadas o secuestradas que sufren el flagelo de la violencia y que viven en situaciones de riesgo permanentemente. En ese sentido, la lectura de la Pasión de Jesús es como un retrato del sufrimiento continuo de muchas familias, nadie se escapa.
Todos deseamos superar los momentos de oscuridad que ha traído el pecado y que ha dejado luto, dolor, preocupación y sufrimiento en las familias. Que la meditación de la pasión de Jesús nos mueva a la conversión para disfrutar de la vida nueva que nos ha traído Jesús con su resurrección.