El miércoles 14 de febrero, la Iglesia Católica inicia el tiempo de la Cuaresma. Un tiempo especial de gracia para encontrarse con Dios, con uno mismo y con los demás. Durante 40 días la comunidad cristiana se dispone para celebrar con júbilo la fiesta de la pascua. Esta fiesta pascual hace referencia, en primer lugar, al misterio de la pasión, la muerte y la resurrección de Jesús que celebraremos en la Semana Santa, y también, al paso de las tinieblas a la luz a la que estamos llamados todos los que somos discípulos de Jesús.
Al comienzo de la Cuaresma, en el momento de la imposición de la Ceniza, escucharemos la invitación con la que Jesús comenzó su predicación en Galilea: “Conviértanse y crean en el Evangelio” (Mc 1, 15). Conversión y fe en Jesús son dos elementos fundamentales de la espiritualidad cuaresmal.
CONVERTIRSE significa cambiar de mentalidad, cambiar el modo de ver y juzgar las cosas y, por consiguiente, en la circunstancia concreta de nuestra vida, significa cambiar de conducta en el modo de proceder. La conversión hace que la persona se transforme y cambie su rumbo de vida, la conversión nos mueve a dejar los ídolos para hacerse discípulo de Jesús.
La conversión está precedida de la gracia, antes que ser ascesis es mística; es decir, es Dios el que toma la iniciativa y nos llama primero (mística); después seguirá la respuesta personal (ascesis). Mediante la conversión Dios nos hace una propuesta de salvación. La respuesta a la llamada de Dios se expresará por medio de las diferentes prácticas que la Iglesia nos propone: ayuno, penitencia, prácticas de piedad, obras de misericordia.
CREER EN EL EVANGELIO significa poner la confianza en Jesús y en la buena nueva que él trae al mundo, es decir, la buena noticia de que Dios nos ama mucho y quiere que todos nos salvemos porque todos somos sus hijos. Creer en el Evangelio es ante todo, creer en la persona del Hijo de Dios y encontrarse con él; confiarse a él y estar dispuesto a seguirlo.
La conversión no es sólo una acción individual que se queda en una especie de auto perfección, la conversión tiene repercusiones sociales; es decir tiene que ver con la vida y las relaciones humanas que construimos todos los días. Quien vive la experiencia de la conversión está llamado a proyectarse con los demás de una forma nueva. En este sentido, la conversión se relaciona con la justicia, la verdad, la solidaridad, la rectitud, la transparencia; por ello todo el que se encuentra con Dios y acepta su mensaje no puede convivir con la maldad, ni participar en actos de corrupción o practicar la violencia en cualquiera de sus formas.
Por todo lo anterior, la conversión la necesitamos todos pues no se reduce sólo al ambiente religioso sino que es necesaria para todos. La conversión toca el corazón, la mente, los pensamientos, los sentimientos, los afectos y los actos. Todo se armoniza cuando hay conversión.
En este sentido, es de destacar que, el tejido social está lastimado y todos estamos viviendo sus efectos. Por lo mismo, sea por una motivación religiosa o ética, todos necesitamos transformarnos, ser mejores personas, recuperar los valores humanos que nos permitan respetarnos unos a otros, superar el egoísmo y mejorar el ambiente donde se desarrollan nuestras vidas.
Nuestro país también necesita conversión, nuestro pueblo y nuestras autoridades lo requieren; la política necesita convertirse en un instrumento que ayude a servir a la sociedad, para que en su ejercicio, se trabaje por el bien común, la justicia y la construcción de la paz. La función política no puede seguir siendo el privilegio de los “recomendados”, ni de camarillas en el poder, que buscan apoderarse de los bienes de los demás. La función política está llamada a ser la expresión más alta de la caridad. La gente ya no soporta falsas promesas ni mentiras, nadie merece eso.
La transformación de nuestro país no es un asunto mágico, los grandes problemas que nos aquejan no se modificarán simplemente por el arribo de una determinada persona al poder, se necesita también cambiar nuestro el interior. No bastan las buenas intenciones o las promesas. Todos necesitamos un cambio de mentalidad y de manera de actuar en nuestra vida concreta; se requiere conversión en el modo de ver, juzgar y tratar las cosas. El llamado a la conversión que hizo Jesús en Galilea, sigue siendo válido y necesario para todos.