El país se intranquilizó alrededor de las 8 de la noche. En los 300 distritos electorales comenzaron los indicadores de que estaba en operación un gran fraude, de escala inimaginable en la historia de la hegemonía priista, para frenar la derrota del candidato oficial Carlos Salinas de Gortari, Salinas Recortari, el personaje de ojos astutos, voz engolada, inteligencia tecnocrática que sería impuesto por su antecesor, Miguel de la Madrid.
La noche del 6 de julio de 1988 fue la más larga y trágica para la historia del PRI y del país. Y la más frustrante para quienes, como yo, a los 18 años creíamos que el lema maderista de “sufragio efectivo, no reelección” era posible.
Estuve en el cuarto distrito electoral de Yucatán, mitad urbano, mitad rural, como representante del entonces Partido Mexicano Socialista (PMS), antecedente del ahora feneciente PRD. Ahí ocurrió el “milagro” de la multiplicación de los votos: Salinas de Gortari registró 106% de la votación del padrón electoral. ¿Fueron los aluxes? ¿Fueron los hijos de Pedro Páramo? ¿Fueron los muertos vivientes del PRI? No, simplemente un vil fraude para rellenar las urnas.
En ese distrito de Yucatán debió haber ganado Manuel J. Clouthier, Maquío, candidato presidencial del PAN, uno de los líderes más carismáticos en la historia de Acción Nacional. Maquío encabezó en Mérida dos mítines multitudinarios, con más de 50 mil personas, algo que no se había visto en mi tierra desde las jornadas del triunfo de Luis Correa Rachó, el primer alcalde panista de la capital yucateca, que ganó en 1968, veinte años atrás.
En la mayoría de los distritos electorales del país, la sorpresa era que el “rebelde” priista Cuauhtémoc Cárdenas, candidato del Frente Democrático Nacional, estaba arrasando en las elecciones. En la región de La Laguna, Cárdenas encabezó uno de los mítines históricos más grandes de la historia de un candidato opositor. En la Ciudad de México, en el Estado de México, en Guerrero, Michoacán y en Veracruz comenzó un macro operativo de fraude para frenar la victoria del candidato que en 1987 renunció al PRI junto con un puñado de soñadores que marcharon solitarios en el Zócalo: Porfirio Muñoz Ledo, Ifigenia Martínez, César Buenrostro y otros que se sumarían a la aventura del ingeniero.
El epicentro de la tragedia de aquel 6 de julio fue la Comisión Federal Electoral, el antecedente del IFE y del INE, entonces controlada por el secretario de Gobernación en turno, Manuel Bartlett –viejo adversario de Salinas de Gortari al interior del gobierno– y por los representantes de los partidos políticos con registro: entre ellos el sentencioso Diego Fernández de Cevallos, por el PAN; Jorge Alcocer, por parte del PMS, y otros representantes.
En la Comisión Federal Electoral el flujo de los datos sobre el resultado de las casillas se interrumpió alrededor de las 22 horas. Los datos se los proporcionaba José Newman Valenzuela, entonces director del Registro Nacional de Elector, a Manuel Bartlett. El principal compilador de los datos era un técnico, llamado Oscar Delasse, quien decidió “suspender” el flujo de la información de las casillas, al ver que la mayoría de las que habían sido computadas tenían un resultado adverso para Salinas de Gortari.
Esta decisión provocó una de las frases memorables de aquella jornada. Diego Fernández expresó un airado reproche a Bartlett: el sistema de cómputo se “cayó” (de la caída informática) o se “calló” (del silencio conveniente ante la derrota por venir para el PRI). De ahí surgió la “caída del sistema” que no sólo fue informático sino político-electoral.
Bartlett recibió una llamada del presidente Miguel de la Madrid, quien le preguntó qué tipo de información tenía su principal operador político ante los resultados electorales: “los datos que tenemos son pocos y muy malos” para el candidato oficial, afirmó Bartlett. Sólo había 6 mil casillas computadas, de las cuales mil 100 estaban en manos de la oposición. Y reflejaban una clara desventaja de Salinas.
Los representantes del PAN, Diego Fernández, y del PMS-Frente Democrático Nacional, Jorge Alcocer, demandaron a Bartlett que les entregara la información. Acudieron al centro de cómputo. El técnico Luis Urbina se puso nervioso cuando le pidieron que diera explicaciones de la “caída” del sistema. En la prisa por ir a ver qué estaba pasando, Urbina se estampó en una mampara de vidrio. Se le abrió la frente. Se cercenó una parte de la nariz. Hubo sangre accidental que le puso más dramatismo a aquella noche, según relatan quienes estuvieron en ese búnker.
La crisis informática se transformó en crisis política. Se había anunciado la llegada de Cuauhtémoc Cárdenas, de doña Rosario Ibarra de Piedra (candidata presidencial del PRT) y de Manuel J. Clouthier a la Secretaría de Gobernación para leer un pronunciamiento muy duro. Pidieron la “limpieza” de la elección. La foto de estos tres personajes se convirtió en la imagen de aquella jornada que marcó un parteaguas en la historia reciente del país.
Entrada la noche, Manuel Bartlett recibió otra llamada telefónica. Era el candidato priista Carlos Salinas de Gortari. Fue un diálogo muy tenso. Le reprochó la crisis que se estaba viviendo. “Tú no eres parte del equipo. Tú eres un adversario”, le echó en cara Salinas a Bartlett. Y le pidió que se hiciera a un lado.
Para ese momento, en uno de los patios de la Secretaría de Gobernación los tres candidatos presidenciales opositores (Cuauhtémoc Cárdenas, Rosario Robles, Manuel J. Clouthier) leyeron el comunicado en contra del fraude electoral en operación.
En la sede nacional del PRI, el dirigente Jorge de la Vega Domínguez se apresuró a “calmar los ánimos”. Por órdenes del equipo del candidato presidencial y de la presidencia de la República, el político chiapaneco salió en conferencia de prensa a presumir que la victoria de Carlos Salinas de Gortari había sido “contundente e inobjetable”.
De la Vega Domínguez no pudo dar ningún dato. El sistema se había “caído”. Y la confianza se había “callado”. Esas horas definitivas marcaron para siempre el ascenso del salinismo y de toda una élite política que tomó los centros neurálgicos del PRI y del gobierno federal de 1988 a la fecha.
Treinta años después, la historia de aquel 6 de julio nos recuerda el ciclo dramático de la aún fallida democracia electoral mexicana. La victoria “contundente e inobjetable” de Andrés Manuel López Obrador, con más de 30 millones de votos y con el 53% de la votación, despresurizó la tensión previa existente en la campaña electoral de 2018.
Ahora, el sistema se cayó en las urnas, no en las computadoras. Los actores de ayer y de hoy no olvidarán nunca los muertos, los presos, los enfrentamientos, las traiciones y la corrupción que ha costado llegar hasta este momento. (Texto de Jenaro Villamil)