Colombia vivió una nueva sacudida la semana pasada con motivo de la protesta nacional en contra de la ley de reforma tributaria, que fue diseñada por el Gobierno del presidente Iván Duque. El paro produjo paralización de actividades, movilizaciones en todo el territorio, saqueos de tiendas y cacerolazos. Las manifestaciones continuaron de manera espontánea varios días después de la convocatoria formal.
No había terminado la semana y Duque tuvo que ceder reconociendo la debilidad de la ley e informando de su retirada. Paralelamente, anunció la militarización de las principales ciudades, algo que los alcaldes han rechazado.
Desde el día 28 de abril, la alarma se encendió en los medios internacionales en la medida que iban apareciendo imágenes de la represión policial. De hecho, la Defensoría del Pueblo ya ha solicitado investigar 19 muertes vinculadas con las protestas.
En medio de momentos de debilidad del uribismo, Twitter censuró al líder histórico de la derecha, el expresidente Álvaro Uribe, y con ello lo equipara a una especie de Trump latinoamericano, impresentable para la opinión pública mundial.
¿Qué puede pasar?
En la acción participaron las principales organizaciones sindicales, magisteriales y campesinas, con movilizaciones en decenas de ciudades de todo el territorio colombiano, lo que demuestra el nivel de articulación y consenso de las organizaciones populares y el grado de malestar social acumulado.
Es una nueva demostración de fuerza de las que se han presentado los últimos meses en el campo popular, especialmente desde que el uribismo perdió las regionales de octubre de 2019 y comenzaron a producirse paros nacionales e intensas protestas.
Lo que viene ahora en Colombia está de cierta forma predeterminado, en tanto en un año habrá presidenciales. Así que todo deberá observarse con lentes electorales. Por primera vez hay condiciones para que la izquierda histórica pueda ganar con la candidatura de Gustavo Petro, quien va de primero según algunas encuestas.
Sin embargo, la derecha colombiana está acostumbrada a ir a la guerra política o a luchar en cualquier terreno. Ceder el poder implica un terremoto legal a sus pies después de tantos años de convivencia con el narcotráfico, el paramilitarismo y el lado más oscuro del Gobierno de EE.UU.
No se sabe a ciencia cierta la forma en la que acaecerá el nuevo enfrentamiento político que debe culminar con el evento electoral. También hay dudas de si el conflicto podrá mantenerse dentro de los cauces democráticos, en una sociedad en la que las salidas violentas suelen ser la mejor opción del 'establishment'. Por lo pronto hay una nueva convocatoria para un paro el 5 de mayo.
Ello sin que sepamos aún el impacto de las movilizaciones ocurridas en el ascenso del coronavirus. El país sufre un pico en el que acaecen más de 400 muertes diarias desde mediados de abril, llegando a colocarse como el tercer país del subcontinente, después de Brasil y México, en contagios y decesos totales, siendo su población notablemente menor que estos.
Las grietas del uribismo
Antes del paro del miércoles 28 de abril, el expresidente Álvaro Uribe le hizo a Duque, según sus palabras, una "suplica angustiosa" para que modificara la propuesta de ley de forma tal que no se ampliara la base tributaria y la clase media no se viera afectada por esta, y así, dicha ley pudiera ser aprobada.
Una vez mostrada de manera pública la inquietud de Uribe en torno a la ley surgieron las incógnitas sobre la situación interna del uribismo, que lleva varios meses en medio de escándalos, debilidad electoral y problemas de su líder con la Justicia. La detención judicial y posterior renuncia de Uribe al Senado, el año pasado, da cuenta de un rompimiento en el bloque de poder en torno a su liderazgo.
Sin embargo, después de la rectificación a la ley que haría Duque, el expresidente demuestra que aún tiene la sartén uribista atada por el mango, en tanto las modificaciones anunciadas se relacionan con sus demandas concretas. También ha sido su idea la de militarizar el país.
Los fuertes cacerolazos en zonas privilegiadas de Medellín, su feudo, dan cuenta de que las clases medias y altas se están sumando a la protesta nacional, a pesar de la criminalización de la que es objeto.
La red social Twitter eliminó una publicación de Uribe en la que pide a soldados y policías usar las armas, y lo tipificó como violatorio de su reglamento sobre "glorificación de la violencia". Con ello, el líder entra en una especie de lista de líderes vetados, encabezados por el propio expresidente Donald Trump.
Pero la identidad política del uribismo se encuentra duramente cuestionada y en proceso de disolución, a pesar del amplio voto duro que seguramente podrá mantener. Que Uribe haga críticas públicas a Duque y le pida concesiones quiere decir que el líder histórico de la derecha colombiana no está gobernando del todo dentro de su propio partido o corriente.
Nada de esto le hace, de entrada, perder el poder. El uribismo es un movimiento muy fuerte que sabe cómo jugar para terminar ganando la segunda vuelta de las elecciones. La violencia en las protestas, la vandalización de bienes públicos y el descontrol en las calles hace que un sector numeroso mantenga las dudas hacia un exguerrillero como lo es Petro, a la hora de escoger el sustituto de Duque. Por allí tratará el uribismo de mantenerse fuerte en las mayorías electorales.
Así, el liderazgo progresista y el Comité de Paro deben garantizar mayor control o tomar en cuenta estos desbordamientos para próximas convocatorias.
Pensar en la segunda vuelta
El camino que queda hasta las presidenciales de mayo de 2022 está amenazado por intentos de imponer un escenario violento. La desestabilización que sufre Duque no puede sacar al progresismo de su objetivo central: tomar el Gobierno en las elecciones. Ya es difícil imaginarse una segunda vuelta electoral sin Petro.
De esta manera, el principal desafío del progresismo es, durante este año, controlar los extremos y ganar el centro político, ese que votó por Uribe desde el miedo y no desde la militancia ideológica, pero ahora enfrenta la amenaza de empobrecimiento que trae la ley de Duque.
El uribismo sigue intentando que una parte del electorado se atemorice con el triunfo de la izquierda y termine volviendo al uribismo como única opción de orden nacional.
En 2018, en la segunda vuelta de las presidenciales en 2018 a la fórmula de Petro le faltaron 12 puntos para superar a Duque, en una situación que al momento era muy ventajosa para este pero que en 2021 luce agotada.
Por ende, el trabajo central de la izquierda no se trata de desestabilizar al Gobierno, sino trabajar para que las clases medias y emergentes se sumen al malestar que genera la ley y vean en la izquierda no a un grupo de guerrilleros con sed de venganza, sino a líderes que puedan generar mejora en su país.
Con este nuevo paro se sigue develando que en Colombia cambió el panorama de las últimas décadas en las que la política se sujetaba a las luchas del Gobierno contra las guerrillas. Ahora ha emergido una alianza política progresista que ha sabido llevar el conflicto a lo interno de las principales ciudades que parecían muy estables y alejadas de la guerra rural que se vivía.
Colombia va cambiando muy rápidamente.
Ociel Alí López
Es sociólogo, analista político y profesor de la Universidad Central de Venezuela. Ha sido ganador del premio municipal de Literatura 2015 con su libro Dale más gasolina y del premio Clacso/Asdi para jóvenes investigadores en 2004. Colaborador en diversos medios de Europa, Estados Unidos y América Latina.