Durante un año en el que muchos hospitales en Estados Unidos atendieron una gran cantidad de pacientes con COVID-19, la atención médica de otras enfermedades se redujo drásticamente. Disminuyeron las prescripciones de insulina tanto como las pruebas de VIH, la atención del cáncer se aplazó o canceló, las personas que sufrían ataques cardíacos no acudieron a la sala de urgencias.
La causa fue la pandemia: a las personas se les pidió que se quedaran en casa y temían infectarse.
Incluso si querían ir al médico, las citas para consulta en persona eran escasas por las restricciones del distanciamiento social en las salas de espera.
Esta situación, agravada por el desempleo que dejó a miles sin seguro médico, ha creado una crisis de salud paralela. Aunque tomará tiempo comprender las repercusiones, los expertos aseguran que la atención médica que se pospuso en 2020 podría impactar la salud de muchos estadounidenses a largo plazo e inflar costos médicos en el futuro.
Si bien el COVID ha golpeado a las comunidades de color, la crisis secundaria también puede exacerbar las disparidades raciales en la salud.
En marzo y abril de 2020, el gasto del consumidor estadounidense en atención médica registró la primera caída interanual en 60 años, según la organización no lucrativa Kaiser Family Foundation. Se dejaron de erogar al menos 2 mil 700 millones de dólares por semana en gastos de salud ordinarios y comunes. “El tamaño de la reducción en el uso de la atención médica, particularmente al comienzo de la pandemia, fue tan grande que no hay forma de que no haya sido perjudicial”, advierte J. Michael McWilliams, profesor en la Escuela de Medicina de Harvard.
La atención rutinaria no COVID luego se recuperó, pero esos primeros meses dejaron un déficit que persiste, dice Brian Harvey, director ejecutivo de investigación y análisis de la federación de aseguradoras Blue Cross Blue Shield Association.
Según un estudio de la Escuela de Medicina de Harvard y el Centro Médico Beth Israel Deaconess, las muertes por dos tipos de enfermedades cardíacas aumentaron en varios estados en los meses posteriores al inicio de la pandemia en relación con 2019. El aumento sugiere que las personas que necesitaban atención de emergencia evitaron los hospitales debido al COVID. También podría ser una consecuencia de las consultas y los procedimientos médicos postergados, escribieron los autores.
Dennis Kosuth, exenfermero en un hospital administrado por Provident Hospital en Chicago, cree que los pacientes que solían ir a consulta por necesidades básicas dejaron de ir por temor.
“Quién sabe qué pasó con esas personas, porque seguían necesitando atención médica”, dice. En noviembre, atendió a un paciente diabético que no podía pagar la insulina tras ser despedido y terminó en cuidados intensivos.
Incluso para los adultos sin afecciones crónicas, omitir una cita de atención primaria podría significar perder un examen importante. Esas postergaciones sin aparente importancia pueden tener graves consecuencias.
Sarrah Strimel, de 39 años y es dueña de un estudio de yoga en Nueva York, notó un bulto en su pecho a fines de agosto y tuvo una consulta virtual con su médico. Referida para un estudio de mama, le dijeron que la cita más próxima disponible era en tres meses.
Pagó de su bolsillo el estudio en un laboratorio privado y días después le diagnosticaron cáncer de mama en etapa 2. “Mi médico me dijo que me salvé la vida, porque si hubiera esperado hasta diciembre, podría haber estado mucho más avanzado”, dice Strimel.
La atención diferida también podría aumentar los costos sanitarios futuros, aunque aún no está claro cuál será el efecto general, dicen los expertos. “Me viene a la mente el cáncer, porque la atención del cáncer es muy cara”, afirma Susan Pantely, quien forma parte del Consejo de Salud de la Academia Estadounidense de Actuarios. “Si las personas pierden su atención preventiva en 2020, ¿cuántas de ellas van a tener un caso de cáncer en 2021?”
Los investigadores generalmente detectan los efectos de la atención omitida en las admisiones hospitalarias, porque las personas pueden terminar en urgencias con problemas más graves. Pero dado que los estadounidenses evitaban los hospitales durante la pandemia, particularmente al principio, es difícil saber si recibieron tratamiento el año pasado o dónde lo buscaron.
Por eso los investigadores se han basado en una medida conocida como “exceso de mortalidad”. Un análisis liderado por el profesor Steven Woolf de la Facultad de Medicina de la Universidad Virginia Commonwealth refirió que, a diciembre de 2020, alrededor de 100 mil muertes en exceso no atribuibles al COVID ocurrieron en la pandemia, por encima de los promedios históricos.
Las comunidades hispanas y negras han sufrido enfermedades y muertes desproporcionadas a causa del COVID. Woolf dice que la línea entre las muertes por COVID y no COVID no siempre es clara (hay un subregistro de muertes por el virus), pero las disparidades raciales y étnicas probablemente también se extienden a la mortalidad no relacionada con el COVID. Los datos de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades muestran que en 2020 murieron casi 12 por ciento más personas negras e hispanas por causas distintas al COVID que en 2019, en comparación con un incremento del 4 por ciento entre la población blanca.
El problema ha despertado esfuerzos para reconectar a los pacientes con la atención médica de rutina. Durante el brote en la ciudad de Nueva York la primavera pasada, los empleados del departamento de salud se acercaron a 27 vecindarios muy afectados que ya tenían altas tasas de enfermedades como hipertensión y diabetes, relata Torian Easterling, primer subcomisionado y director de equidad del departamento.
Encontraron que varios consultorios médicos habían cerrado; los encargados informaron que el personal carecía de equipo de protección personal, que habían tenido que despedir a empleados, o que muchos no tenían la tecnología para realizar consultas virtuales o no sabían cómo.
Los funcionarios de salud los alentaron a usar teléfonos para la atención remota, les dieron equipo de protección y canalizaron a sus pacientes con un programa de entrega de alimentos de emergencia.
Por su parte, empleadores y aseguradoras han ampliado el acceso a las consultas médicas digitales, pues la telemedicina mitiga el riesgo de exposición viral. Pero no funciona para todos. En una clínica en Baltimore que atiende a casi 3 mil personas que viven con VIH cada año, “la telemedicina no funciona “, dice Joyce Jones, profesora de medicina en la Universidad Johns Hopkins.
Muchos pacientes no tienen teléfonos celulares, computadoras o acceso confiable a Internet, explica. La clínica ha estado trabajando para aumentar el espacio para consultas convencionales y también tiene unos 70 teléfonos que presta temporalmente a los pacientes gracias a la financiación gubernamental. La compañía de seguros médicos Humana ha adoptado un enfoque similar, enviando iPads a los afiliados como parte de un programa piloto iniciado durante la pandemia.
El COVID ha dificultado más el acceso a la salud para muchos estadounidenses, y tanto el sector público como el privado necesitarán soluciones creativas para abordar la otra crisis paralela que se ha gestado bajo su sombra. Algunos investigadores esperan que pueda evitarse cuando llegue la próxima pandemia.
El año 2020 al menos proporcionó las condiciones para un experimento sobre la relación costo-eficacia de la atención médica en Estados Unidos, que nunca ha arrojado resultados comparables con el gasto descomunal, señala Engy Ziedan, quien es profesora adjunta de economía en la Universidad de Tulane. La pandemia permitió ver qué sucede cuando una persona no se hace una prueba para detectar el cáncer colorrectal o se salta la fisioterapia.
Ziedan y sus colegas actualmente están estudiando el tema y ven en la crisis “una oportunidad real para identificar cuál atención es de calidad y cuál no”, advierte.
“Realmente no queremos perder la guerra contra el cáncer o las enfermedades cardíacas”.