El plazo tomado por el presidente Andrés Manuel López Obrador para felicitar a Joe Biden por su triunfo electoral es más que una mera anécdota en la configuración de la nueva relación entre los dos gobiernos.
Notoriamente, hay una incomodidad por parte del presidente mexicano para congratularse por el triunfo de Biden. Convenientemente se ha argumentado que esa felicitación se hará llegar cuando se resuelvan todos los temas legales en este proceso electoral.
Aunque es cierto que existen reclamos de la campaña de Trump que deben dirimirse, y hasta el 14 de diciembre el Colegio Electoral vota y formaliza el resultado de la elección presidencial, la costumbre establece que cuando hay un triunfo claro, sea aceptable ofrecer felicitaciones por anticipado, como ya ha ocurrido con más de 100 jefes de gobierno o de Estado.
Fuera de la cerrada elección de 2000, cuando la decisión final llegó hasta la Suprema Corte de EU y fue resuelta por un margen de poco más de 500 votos en Florida, no hay un precedente reciente de un caso en el que el perdedor no reconozca el triunfo de su oponente.
Sin embargo, los expertos ven ahora escasas probabilidades de que el tema llegue hasta esas instancias judiciales, por el margen más amplio del triunfo de Biden, tanto en votación popular como en los llamados votos electorales.
Para nadie fue un secreto que el gobierno de López Obrador apostó por Trump en la carrera electoral norteamericana. Esto se hizo manifiesto de manera clara con el viaje realizado por el mandatario a Washington el pasado julio, el único viaje internacional que ha efectuado. Aunque el motivo formal de la visita fue dar el banderazo inicial del nuevo Tratado México, Estados Unidos, Canadá (TMEC), en realidad se trató de un gesto de respaldo hacia el presidente Trump, pues la presencia de López Obrador fue utilizada electoralmente por el republicano y se evitó todo contacto con Biden en ese viaje.
En este contexto, la tardanza en la felicitación es solamente otro gesto de respaldo hacia el todavía presidente norteamericano, sobre todo cuando López Obrador hizo una analogía entre lo que ocurrió en México en 2006 y lo que pasa ahora en Estados Unidos, cuando recordó que diversos mandatarios felicitaron al candidato ganador en ese entonces, Felipe Calderón, a pesar de que AMLO sigue considerando que hubo fraude en esa elección. Las tensiones de la relación entre los dos gobiernos irán más allá del hecho anecdótico.
Desde luego, por razones institucionales y por el estilo del candidato ganador, el nuevo gobierno de Estados Unidos va a mantener, sin duda, una relación constructiva con el gobierno mexicano. Sin embargo, esto no implicará que no se marquen claras diferencias en la filosofía y las prácticas.
Por ejemplo, de manera inmediata, Biden ha dado a conocer una estrategia para enfrentar la pandemia que es muy diferente a la del gobierno mexicano, que incluye el uso obligatorio de cubrebocas en espacios públicos, así como la aplicación masiva y generalizada de pruebas, además del desarrollo de esquemas de trazabilidad para confinar a las personas sospechosas de contagio y evitar cierres generalizados de la economía.
Pero quizás una de las materias más complicadas tendrá que ver con la aplicación del TMEC en materias como el trato nacional a las empresas norteamericanas establecidas en México, así como asuntos vinculados con aspectos laborales y de medio ambiente.
Los reclamos que diversos grupos empresariales de EU han hecho en las últimas semanas tienen que ver, principalmente, con la política energética del gobierno mexicano y con lo que consideran una discriminación a las compañías norteamericanas para favorecer a las empresas estatales del sector, Pemex y CFE.
En realidad, el trato discriminatorio no es solo con las empresas norteamericanas, sino prácticamente con todas las privadas y el asunto ya se encuentra en la Suprema Corte de Justicia de la Nación, a partir de una acción de inconstitucionalidad emprendida por la Comisión Federal de Competencia Económica.
Sin embargo, es probable que se quiera usar también al TMEC como un instrumento jurídico para proteger los intereses de los inversionistas norteamericanos.
Hay que recordar que una base importante del partido Demócrata en Estados Unidos son los sindicatos y, aunque Biden y la mayoría de los demócratas respaldaron el nuevo tratado cuando se votó en el Congreso, también presionaron para que en materia laboral el acuerdo tuviera dientes, a diferencia de lo que ocurría con el tratado comercial original en donde los aspectos laborales fueron introducidos solo a modo de una carta paralela. Es de esperarse que exista una presión más intensa para vigilar las prácticas laborales en México.
Otro ámbito en el que la relación va a ser complicada es la visión sobre las energías limpias. El nuevo gobierno de Estados Unidos no solo se va a reintegrar a los acuerdos de París sino que buscará introducir toda una filosofía que permita que en 2050 Estados Unidos sea un país de cero emisiones de carbono a la atmósfera, lo que implica toda una revolución energética.
En México, la estrategia del gobierno de López Obrador ha sido fortalecer el uso de los hidrocarburos a partir de apoyar con recursos económicos a Pemex, así como darle prioridad al despacho eléctrico de CFE, aunque las plantas que generen electricidad sean contaminantes.
En materia migratoria habrá también un giro de 180 grados. Biden no se ha pronunciado, por lo menos hasta el momento de escribir este texto, respecto al muro fronterizo, pero comprometió una propuesta para regularizar a los indocumentados a través de una profunda reforma migratoria, claro, siempre y cuando lograra pasarla en el Senado, lo que por ahora parece complicado, pues los demócratas no consiguieron la mayoría en esa cámara.
Pese a la cercanía geográfica y el intenso intercambio comercial, hay indicios que señalan que para el nuevo gobierno norteamericano la relación con México no estará entre sus prioridades de política exterior, las cuales estarán orientadas, en primer lugar, a reconstruir las alianzas con países cercanos que fueron erosionadas durante la gestión de Trump, como en el caso de la OTAN y, en general, con Europa.
No creo que el retraso de la felicitación de López Obrador a Biden cause un conflicto diplomático, pero sí será señal de una relación personal bastante más distante que la que tuvo el presidente mexicano con Trump