Aunque insiste en que su estado de salud es bueno, nadie puede borrar las imágenes que reflejan el malestar de la canciller de Alemania, Angela Merkel, cuyos espasmos en actos oficiales ya se convirtieron en símbolo de fragilidad política de su partido, el conservador Unión Demócrata Cristiano, y de su país, que tiene la voz más fuerte en los asuntos de la Unión Europea, de tal suerte que políticos y medios de comunicación locales e internacionales ya comiencen a lanzar apuestas por un retiro adelantado de la aún mujer más poderosa del Viejo Continente.
Y es que Merkel ya había establecido, a finales del año pasado que no buscaría reelegirse en el cargo que ocupa desde hace 14 años. Incluso renunció a dirigir su partido y adelantó que no buscaría otro cargo en la UE.
Cuando se postuló para su reciente mandato, que finaliza en 2021, aseguró que “si la salud me lo permite”, continuaría al frente del poder con el que dio muestras de su capacidad para crear consensos y ser una voz fuerte en las decisiones del bloque europeo.
El desgaste de Merkel comenzó a notarse desde que en Bruselas tuvo que retirar su apoyo a los candidatos afines a ella en los puestos más importantes de la Unión Europea. Al final, Úrusula Von der Leyen, su ministra de Defensa, fue nominada al puesto más alto, pero fue por otras circunstancias.
En semanas recientes, la sucesora de Merkel en el partido conservador, Annegret Kramp-Karrenbauer, ha visto cómo su índice de aprobación ha caído de manera drástica a medida que han cobrado cada vez más fuerza los cuestionamientos respecto de su capacidad de liderazgo con miras a las próximas elecciones.
Se han planteado alternativas de candidatos a la cancillería, un cargo que suele estar ligado al liderazgo de un partido. Entre ellos están el gobernador del estado más poblado de Alemania, Renania del Norte, Armin Laschet, y el dirigente de la Unión Social Cristiana de Baviera (asociado a la fuerza de Merkel), Markus Söder.
Estos nombres ya estaban entre las cartas consideradas cuando aún falta un año para que Angela se retire; pero su cuestionable estado físico ha hecho que la sucesión se vea cada vez más de cerca.
Varios medios de comunicación alemanes comenzaron a poner en duda el compromiso de Merkel para llegar al término de su cuarto periodo. Nico Fried, columnista en el Süddeutsche Zeitung, exigió a la canciller que no engañe a la ciudadanía sobre su salud: “Podemos esperar que ella nos respete, de la misma manera que Merkel puede esperar el respeto de la gente en torno a la discusión sobre su salud”.
Otros periodistas fueron menos condescendientes al momento de opinar en la cuestión. Christopher Schwennicke, de la revista Cicero, comparó la estrategia de comunicación de la cancillería con la del gobierno ruso, que encubrió durante años la salud deteriorada del predecesor del presidente Vladimir Putin, Boris Yeltsin.
“El pueblo alemán merece saber qué pasa. No merece ser tratado con los niveles de secretismo del Kremlin”, escribió.
La privacidad y la salud de los gobernantes alemanes siempre ha sido considerada un asunto privado. A finales de la década de 1960, el canciller Willy Brandt sufrió una profunda depresión que no fue revelada al público. Lo mismo pasó con su sucesor, Helmut Schmidt, quien padecía una enfermedad cardiaca que provocó que lo encontraran varias veces inconsciente en su oficina.
Merkel ha llevado el asunto de la privacidad a otro nivel, según escribe el New York Times, cuando fue sometida a una operación en la pelvis, el hospital que la intervino registró su expediente con un nombre falso.