Un ejército de hombres y mujeres —la mayoría de la tercera edad— examinan a detalle las verduras, frutas y plantas. Observan cada una de ellas y las que tienen mejor aspecto y color son puestas en las bolsas que llevan. Pero no es un supermercado o una tienda departamental, sino los basureros de la Central de Abasto. En una visita realizada por EL UNIVERSAL a la Central de Abasto de la Ciudad de México se encontró que debido a la pandemia del Covid-19 se ha incrementado el número de visitas de personas que acuden a los basureros de lo que es considerado el mercado más grande del mundo, en busca de conseguir alimentos de manera gratuita. “Sólo basta con que le des una limpiadita con jabón y ya está. Ni modo que nos quedemos con hambre y venir aquí ya nos ahorra mucho en esta crisis. Están buenas, sólo que muchos de los del mercado las tiran porque están magulladas y la gente no las compra, ¿o qué de malo tiene esta cebolla? “Ahorramos y nos salva de morir de hambre, porque aquí sale para comer bien”, comenta María Luisa, persona de la tercera edad, quien desde las nueve de la mañana llegó a la central para recolectar las mejores frutas y verduras que, por toneladas, se tiran en los múltiples basureros. “¿Cada cuánto viene desde que inició la pandemia?”, se le pregunta. “Antes venía cada 15 días, un mes, ahora vengo cada semana o cuando se necesita. No vivo lejos, vivo aquí arriba de la delegación”, responde, sin dejar de recoger las mejores calabacitas y cebollas, pues se las pueden ganar. Junto a ella, espantando las moscas que vuelan entre ellos, así como soportando el fuerte olor a desperdicio, media docena de personas se arremolinan buscando encontrar las mejores zanahorias, papas y calabacitas. A unos metros de ahí, Juana saca un pequeño cuchillo y agarra un chile jalapeño, el cual tiene partes manchadas de lodo. Con destreza, le quita la punta que está aplastada, lo abre por la mitad y comienza a sacarle las semillas. Unos segundos después llega otra señora de edad similar, y como si fuera una rutina, de inmediato comienza también a recoger verduras. “Aquí no come quien no quiere, desde hace cuatro meses vengo y las verduras están buenas, no me he enfermado. La situación está difícil, pero con venir aquí nos ayuda a no morirnos de hambre”, indica mientras hace a un lado su cubrebocas color verde. En el segundo pasillo de la sección de Subastas del enorme mercado, Miguel Izaguirre Montes, de 39 años, acude a tirar un bote lleno de cilantro que saca de puestos dentro del mercado, “porque ya no está bueno, ya no se vende así”, pero él asegura que no lo avienta junto a la demás basura para que pueda ser recogida por estas personas. “Procuro dejarlo a un lado para que las doñitas lo puedan agarrar, pero sí hay gachos que lo avientan a donde está toda la basura. Yo digo que como está bueno, puede servir para la gente que viene aquí por comida. Yo también luego agarro cosas que están buenas, al fin son gratis”, comenta y asegura que regresó hace poco, deportado de Estados Unidos, y ahora se gana unos pesos tirando basura. “Miren, miren lo que dice mi playera”, pide. Su prenda, dice, la trajo de la Unión Americana: “‘Cosecha Pura’, esta me la traje del gabacho, y es destino que viniera a trabajar aquí en el mercado. Aquí yo veo que desde las tres, cuatro de la mañana vienen las jefecitas a recoger lo que se encuentran y aquí se ahorran para la comida, y hay hasta quienes las venden, sacan para la renta”. “Vaina para mis 30 canarios” Debido a la lluvia que se registró por la noche, el piso está mojado y por la cantidad de personas que ahí transitan, el lodo mancha varios de los manojos de cilantro y vaina, esta última recolectada por Carolina, una señora también de la tercera edad, quien comenta que cada semana viene a recoger esta planta para sus más de 30 canarios que tiene y aprovecha para llevar verduras. “Un manojito de la vaina está a 10 pesos, y aquí [en el basurero] está gratis. La situación no está como para gastar en alimentos para mis pajaritos y aprovecho que aquí hay mucha y no cuesta, y recojo también lo que haya, todo está bueno. Ahora ya llevo también una col, una lechuga. Sí sale venir aquí”. Unos segundos más tarde, una pala mecánica y un camión avanzan a lo lejos, dirigiéndose hacia Carolina y demás personas que se encuentran en el basurero, quienes de inmediato se apuran a recoger la mayor cantidad de vaina y perejil antes de que la máquina llegue y recoja las toneladas del desperdicio alimenticio. “Son malos, porque ahí todavía hay mucha verdura que sirve, pero siempre vienen a recogerla y llevársela”, lamenta, mientras observa al conductor de la pala mecánica maniobrar y evitar golpear a compradores que pasan a centímetros de la máquina. Después de levantar casi la totalidad de verduras y frutas, se retira; no pasa ni un minuto cuando de nueva cuenta un locatario vuelve al basurero a tirar pimientos morrones, zanahorias y jitomates, que hace que nuevamente personas comiencen con la recolección de lo que para ellos significará tener algo que llevar a su hogar y aminorar los efectos de la mayor crisis económica desde hace casi 100 años. |